7 de octubre de 2017

RESTAURANTE REMENETXE (MUXIKA): Como dice mi hijo, qué bien nos tratan aquí, aita.

Cosa lógica, algunos restaurantes se repiten de vez en cuando en este blog. Uno de ellos, sin duda es el Remenetxe. Comer bien, beber de maravilla, sentirse como en casa…… creo que esa debe ser la esencia de nuestra afición. Disfrutar a fin de cuentas. Salir por la puerta con la plena satisfacción del goce gastronómico.

La noche se está complicando cada día más. Miedo me da, las opciones son cada día menores. Abundan locales “de moda”, donde dicen que se come muy bien y encima barato. Me está costando encontrarlos. Duros a cuatro pesetas………
Bueno, vamos a ello. Como nos cuesta un rato llegar, salimos con tiempo y llegamos a una hora un tanto europea, de las que le encantan a mi amigo Joan. Saludo a Jonan e Iratxe, me dan ganas de salir y volver a entrar. Al parecer se alegran de vernos, algun@ no terminará de entenderlo pero oyes, que hay gente que le aprecia a uno.

Nos sentamos en la que ya ha pasado a denominarse “nuestra mesa”. Una mesa amplia, como siempre bien vestida, todo perfecto. Hoy no está la amatxu que por cierto ha demostrado su categoría y saber estar y su carácter en Euskal Telebista. Un abrazote.
Nos calientan los estómagos con una estupenda crema de lentejas, evidentemente por muy lentejas que sean eso de dejarlas para mañana ni por el forro.

Cada día me gusta más dejar que mis compañeros de mesa decidan lo que vamos a cenar. Yo, si dejamos de lado las ostras, soy un “todoterreno” en la mesa y pocos problemas tengo, así que el txikito se decanta, bien asesorado por Iratxe por comenzar con unos hongos. Adornados por mermeladas y otros menesteres que puedes degustar o no según tus apetencias. El producto de diez y la satisfacción al mismo nivel.

Continuamos con un plato que yo ya he probado pero que mi compi no, las Pencas rellenas. Menuda la transformación que sufre este alimento. Con lo simple que es en origen. Un buen profesional hace maravillas. Sabrosas a más no poder. Suaves, finas. Acompañadas de unas estupendas verduras en su punto exacto. Estaba yo confundido con ese toque dulce de la salsa. Pensaba que era miel pero no, me sacan de mi error, es una reducción de Oporto. Pues oyes, que lo mismo da que me da lo mismo, están para chuparse los dedos.

De segundos yo me decanto por unas kokotxas en salsa verde. Poco que decir de semejante alimento. Una pena que haya tan pocas pero a mi que me quiten lo “bailao”. Me pongo tibio a untar pan.

El txikito que cada día me sorprende más, se anima a probar algo nuevo para él. Corzo macerado en viura. No sé que idea tenía pero aunque le ha gustado bastante creo que no será algo que repita demasiado por ahora. El pensaba en carne pero sabemos que la caza es distinta, más potente. Y mira que está bien trabajada y suave. Buena compañía de ricas patatas fritas y demás.

Hoy Jon Andoni no nos ha dado opción. Para cuando hemos llegado ya tenía reservado lo que íbamos a beber. Mi sorpresa ha sido enorme. Se ha atrevido a no sacarme un blanco, ha “osado” en deleitarme con un rosado. Pero claro, no hablamos de cualquier rosado, no. Hablamos de “Don Rosado”. Un Tondonia Gran Reserva de su última añada, la del 2000. Variedades Tempranillo, Garnacha y Viura. 4 años de crianza. La bodega decidió dejar de elaborarlo por el poco éxito obtenido. Curiosamente algunas bocas privilegiadas lo pusieron en su sitio y en año que viene verá la luz, después de tanto tiempo, la primera añada de esa segunda vuelta. Un vino muy especial. Increíble la limpieza que tiene. Color precioso, de piel de cebolla. Si generalmente me cuesta definir lo que me dice un vino no hablemos de este de hoy. Mi hijo me dice que si se lo sacan con los ojos vendamos igual decía que no era vino, que era alguna especie de brandy suave. No lo sé pero en boca dice mucho, el trago es más que largo casi eterno. Una maravilla que pocos privilegiados pueden degustar hoy. Eskerrik asko Jonan por el detallazo de sacarnos semejante joya.
Estando con quien estoy la duda de lo que viene ahora ni existe. Una ración de queso. Acompañada de un membrillo hecho en casa. Mi hijo poco menos que “odia” semejante dulce. Al escuchar eso de casero pensaba que igual era otra cosa pero no, ni siquiera se atreve a meterlo en la boca. Pues no sabe lo que se pierde. El queso, un queso de oveja Latxa pero que al ser de Iparralde no está en Idiazabal. Pues madre del amor hermoso que cosa más rica. Además a una temperatura estupenda, dice Iratxe que menos “frío” tenía que estar. Todos sabemos que el queso, al igual que un vino, no puede degustarse a baja temperatura, no hay manera de sacarle sus aromas. Lo dicho, riquísimo.

Pues allí que nos aparece nuestro anfitrión con un par de cosas para que acompañemos el queso. Dos vinos totalmente diferentes, dos vinos que curiosamente han sido cada cual de uno de nosotros. Ioritz poco amigo de los dulces y yo un enamorado. Así que al probarlos no hemos tenido que discutir. Yo me he quedado con uno que ya había probado y que pensaba que había sido aquí. Hubiese perdido la apuesta con Jon Andoni, lo probé en otro restaurante. Un dulce de invierno, vendimia tardía, de Javier Sanz. Un vino que necesita 3 fases para su elaboración: secado natural, congelación de la uva y por supuesto la vendimia tardía. Tras 8 meses en barricas de roble francés se convierte en una cosa ambarina, con una nariz golosa que te recuerda a una compota. Una verdadera delicia.

El que me acompaña ha disfrutado de un Ximénez Spinola Old Harvest. Copiando a un compañero de verema que me da 10 mil vueltas en asuntos de vinos diremos que es un vino potente en nariz con enorme complejidad de aromas a barnices, avellanas, turrón de Jijona, chocolate, cuero, praliné, coco…… Vamos lo que yo hubiera dicho J En boca se muestra igual de complejo con volumen, untoso, golosidad leve, eso yo ya lo he notado, una estupenda acidez, sensaciones de avellana, piel de naranja, chocolates, pera madura, tostados y ciruelas pasas. Dice Josean que es un vino respetuoso con las características de los vinos que lo componen. Pues lo dicho.

Un cafecito y tras abonar los 134 euros de la cena de hoy, nos metemos una “charladita” de hora y media en la barra del restaurante. Salimos con la nueva quedada que será en un par de meses en forma de una cata de espumosos. Ya estamos apuntados los dos. Menudo vicio que tiene mi retoño, y yo…. encantado de la vida.

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